El
trabajo del bombero forestal está lleno de anécdotas: unas muy
divertidas y plagadas de buenos momentos, pero también de otras que
sólo hablan de miedo y peligro. Sin embargo, los instantes en los
nuestra vida está en peligro, cuando estamos a punto de morir y se
apodera de nosotros esa sensación extraña, cuando reflexionas y
piensas “¿qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué me he metido en
esta profesión?” Esos instantes... la mayoría de las veces los
vivimos en soledad, rodeados por el fuego y el monte y quizá sólo
junto a algún compañero. Pero nadie más se entera de lo que
vivimos, excepto cuando, ocasionalmente, alguno de nosotros es
noticia en el telediario o es protagonista en alguna portada de los
periódicos.
Muchos
compañeros, después de pasar por una experiencia de este tipo,
dejan el casco para siempre y no quieren saber más sobre incendios
forestales. En esta profesión la muerte siempre está acechándonos,
es algo normal, algo a lo que terminas por acostumbrarte. Con años
de actuación, vocación verdadera y amor por lo que hacemos, sabemos
que es así. A pesar de ello, en muchas ocasiones recibimos sólo
críticas: ¿qué hacías allí? ¡Haber esperado a más compañeros!
Pero nadie se pone en nuestro pellejo para intentar comprender la
impotencia que se siente al ver las llamas que avanzan rápidamente
hacia nosotros, saber que no tenemos escapatoria, pensar “¿qué
debemos hacer?”, intentar mantener la calma y actuar fríamente
para realizar un trabajo óptimo y salvar tu vida... Sí, es difícil.
En esos momentos, todos los años que se tienen de experiencia
parecen ser insuficientes.
Un
caso muy común es encontrarse en una ladera de una vaguada,
intentando controlar un incendio que “no tiene mucha importancia”.
Ves cómo el fuego va bajando muy lentamente. Has estado en incendios
muchos más complicados, más agresivos y más rápidos. A pesar de
ello, no bajas las defensas, pero sabes que es controlable. Disminuye
tu miedo, ese miedo que te hace ser precavido. Transcurren los
segundos y las llamas continúan descendiendo. Se toma la decisión
de no subir por la ladera, por ser muy inclinada y tener muchas
piedras. ¿Para qué? “Esperémoslo aquí abajo, sólo saquemos un
par de mangueras”, ordena el mando. Y entonces ocurre. Cuando el
fuego ya está cerca de la posición que ocupan los vehículos, se
mueve, ruge, salta. Es impredecible, tiene vida propia. Parece reir a
su paso y querer demostrar su poder, es vanidoso. A nuestro alrededor
solo se escuchan gritos del mando dando instrucciones. El camión de
pronto se encuentra envuelto en fuego. ¿Qué hacer, hacia dónde ir?
Estamos rodeados por el fuego. La única salida es la ladera de
enfrente. Mucha gente toma esa salida pensando que será más rápido
que el fuego. Saldrán en los telediarios.
Cuando
un bombero forestal se encuentra en esa circunstancia, tiene que
tener la sangre muy fría, estar conciente de que va a tener que
soportar muchísimos grados, y que puede ser que su cuerpo no lo
soporte. Buscas una zona sin vegetación, te proteges con el agua que
todavía sale de la manguera, provocando un abanico y aguantas.
Aguantas, aguantas, aguantas... hasta que el incendio pasa
literalmente por encima de ti y de tus compañeros. Dejas que te
rodee. La única compañía que tienes son los chicos con los que
convives a diario, con los que compartes los momentos de risas, y que
ahora están tan asustados como tú. Nadie sabe si esa fue la mejor
solución, pero en ese momento apuestas porque sea la más segura.
Son instantes que se viven como en cámara lenta, en medio del
terror. Recorres con la mente tu vida entera, piensas en tus seres
queridos. Aguantas. Y cuando todo pasa sólo han transcurrido algunos
minutos, pero para ti ese momento fue eterno, duro y espeso.
Entonces das gracias porque contabas aún con un poco de agua.
Pero
digamos que estás en medio de un incendio, en un pinar, por ejemplo.
Estás apagando un fuego de vegetación baja, entre los árboles.
Todo parece normal, no hay peligro, no hay calor, todo está
controlado. El camión se encuentra fuera de tu visibilidad, pero
tienes comunicación con tus compañeros. De pronto, deja de salir
agua. Entonces piensas: “el camión se ha quedado sin agua,
seguramente irán a repostar”. Escuchas como arranca el camión, y
seguidamente por la emisora te dicen que salgas rápidamente de allí.
No entiendas qué pasa, ¿por qué tanta urgencia? Y cuando empiezas
a recoger las mangueras, te insisten en que bajes ya. Es demasiado
tarde, ves como las copas de los pinos están en llamas. Estas
avanzan muy rápido, ya no tienes tiempo para bajar. Corres hacia
donde habías apagado, a la zona quemada. No tienes agua, ni refugio,
solo tienes la mano de tu compañero que te dice “reza lo que
sepas”. Tte tiras boca abajo, con las manos sujetando las de tu
compañeros. Cierras los ojos y sólo escuchas los chasquidos del
incendio que pasa por encima de donde te encuentras. Notas como el
suelo empieza a sentirse cada vez más caliente, caen ramas, escuchas
árboles estallar. Entonces sientes caer unas lágrimas por tu
rostro, y sabes que éstas son el único refresco que va a tener tu
cuerpo. Cada vez sientes como tus manos aprietan más a tu compañero.
Y siempre te viene pasa por la mente “¿qué hago aquí?” Piensas
en tus familiares, que tantas veces te han dicho “ten cuidado”.
Tú, quitando presión a la cosa siempre contestas: “aquí no hay
incendios peligrosos”, “no te preocupes, sé lo que hago”,
“siempre me cuido” y cosas parecidas. Pero, ¡qué confundido
estaba! Nunca hay nada controlado. El fuego es caprichoso, genera su
propio clima interno y sus corrientes, y siempre gana. Aunque lo
apagues queda como vencedor cuando miras a tu alrededor y te das
cuenta de la cantidad de vida que ha destruído. Y siempre piensas
que también hubiera podido destruir tu propia vida.
Muchas
personas piensan que donde mueren bomberos forestales o pasan malos
momentos es en incendios de grandes árboles. Si existiera una
estadística, la gente se sorprendería al darse cuenta de que esos
incendios que no se registran por ser de pasto y, aparentemente,
sin importancia, es donde los bomberos, bomberos forestales,
voluntarios, cuerpos de seguridad y civiles lo pasan peor. Son
incendios en los que no ves peligro inminente. Es un pasto que no
llega a medir ni siquiera 20 centímetros. ¿Qué peligro va a
existir en esos casos? Nunca es así. Jamás se sabe lo que el fuego
hará.
Muchos
compañeros en esos casos no han visto el peligro y han desestimado
su importancia, bajaron tanto la situación de alerta que descuidaron
su seguridad. Muchos han muerto o tienen parte de su cuerpo quemado,
como recordatorio de que un incendio de pasto no es ningún juego.
Son lentos, pero en un segundo se pueden empezar a mover rápidamente,
haciendo arder todo lo que se encuentre a su alrededor. Estos fuegos
desprenden mucho humo, te desorienta, no ves hacia donde vas, no
puedes respirar... Hay ocasiones en las que llegas al punto de
tirarte al suelo para intentar respirar mejor.
El
trabajo del bombero forestal es muy peligroso. No puede ser desempeñado
por cualquier persona, ni por voluntarios o personal sin experiencia.
Los bomberos forestales son profesionales en su ramo y son héroes
anónimos, que saben que un día ellos pueden ser los siguientes en
salir en las portadas de un periódico.
¡5932 YA!
¡Bomberos forestales, derechos laborales!
¡5932 YA!
¡Bomberos forestales, derechos laborales!
No hay comentarios:
Publicar un comentario